lunes, 25 de julio de 2011

martes, 14 de junio de 2011

VIENE EL DIA ARDIENTE

Dios ha mostrado lo que va a hacer en contra de los que se gozan en la maldad...
Lo ha venido confirmando con mucha claridad en repetidas y frecuentes ocasiones. Los ACONTECIMIENTOS ACTUALES lo estan confirmando...
Todo esto indica que lo que Dios va a hacer lo hara pronto...
Cuando Dios REPETIDAMENTE confirma algo, es porque la determinacion de hacerlo se mantiene con firmeza...
La Palabra para esta ocasion es la siguiente:

PORQUE HE AQUI, VIENE EL DIA ARDIENTE COMO UN HORNO, Y TODOS LOS SOBERBIOS Y TODOS LOS QUE HACEN MALDAD SERAN ESTOPA; AQUEL DIA QUE VENDRA LOS ABRASARA, HA DICHO JEHOVA DE LOS EJERCITOS, Y NO LES DEJARA RAIZ NI RAMA.
Malaquias 4:1

Lo mas probable es que para muchas personas estas profecias se traten de algo trillado por el uso; sin embargo ese dia ya fue establecido por Dios. (Ver reflexion publicada en el Blog, el dia 1 de junio, titulada: EL DIA ESTABLECIDO POR DIOS)
Dios viene a limpiar la tierra de toda escoria de maldad, y LO HARA PRONTO...
Todo cuanto no sea de Dios sera consumido en su totalidad...
Ya es tiempo que la JUSTICIA venza a la INJUSTICIA.
Ya esta cercano el tiempo en el que Dios JUZGUE las acciones de los malos y los soberbios...
Sera un JUICIO JUSTO pues el conoce lo que hay en el interior de cada persona sobre la faz de la tierra...
Al respecto la carta a los hebreos dice:

ANTES BIEN TODAS LAS COSAS ESTAN DESNUDAS Y ABIERTAS A LOS OJOS DE AQUEL A QUIEN TENEMOS QUE DAR CUENTAS.
Hebreos 4:13

Una vez mas...
DIOS SIGUE LLAMANDO AL ARREPENTIMIENTO GENUINO...
EL LLAMADO A ENDEREZAR LAS SENDAS ES AHORA...
DIOS QUIERE QUE REFLEJEMOS FRUTOS DIGNOS DE ARREPENTIMIENTO...
FRUTOS DE CAMBIO DE VIDA...

Cerremos las puertas a toda influencia maligna que nos contamine...
Paremos ya...
Reconozcamos que Dios nos esta ofreciendo LA OPORTUNIDAD DE LA VIDA por medio de Jesucristo...
Sometamos nuestros pensamientos, sentimientos y deseos bajo el gobierno de Dios, para que sea su ESPIRITU quien los gobierne y nos impulse a llevar una vida recta...
Es tiempo de arrepentirse, antes que el dia ardiente de Dios se derrame sobre la tierra...

¿QUIEN OS ENSEÑO A HUIR DE LA IRA VENIDERA?
HACED, PUES, FRUTOS DIGNOS DE ARREPENTIMIENTO.
Lucas 3:7-8

sábado, 26 de marzo de 2011

JESUS DENUNCIA LA ACUMULACION Y EL ACAPARAMIENTO DE LOS BIENES (Lc. 12,13-31)


Se trata del que piensa ante todo darse una buena vida. Y para eso "amontona riquezas para sí" . Su seguridad prevalece, está sobre todo.
Toda su confianza está puesta en los "muchos bienes almacenados para muchos años". Prácticamente niega a Dios. No es un "hijo de Dios". no lo tiene en cuenta.
Su riqueza es injusta" (Lc. 16,8.9.11) porque está privando a otros de lo que necesitan.
No se comporta como hermano: no comparte
Y es un insensato porque "para Dios no es rico".
¿Cómo será rico para Dios? Pues buscando que él reine. Y ¿podrá reinar Dios en sus hijos si al acumular y acaparar empobrecen a otros seres humanos, hijos igualmente de Dios?
Ante Dios la existencia de aquel que "amontona riquezas para sí, y para Dios no es rico", es una existencia sin sentido para el reinado de Dios, aquí y cuando le reclamen la vida.
La verdadera riqueza de la vida es ser don para los otros.
Rico para el Reino, rico para Dios es el que tiene en cuenta en su vida a Dios, confía en él como hijo, y comparte sus bienes con los otros.

¿LO MATARON? ¡ENTREGO SU VIDA!


El pueblo lo busca: "se acercaban a él de todas partes" (Mc. 1,37.45), se asombraban de lo que hacía" y alababan a Dios diciendo: ¡Nunca hemos visto cosa igual!"! (Mc. 2,12). La gente "disfrutaba escuchándolo" (Mc. 12,37), y surgía la conciencia crítica en el pueblo oprimido frente a sus líderes (Mc. 1,21-22.27).
Pero los grandes del poder tenían cada día más miedo (Mc. 3,6-7.22-23; Lc. 4,28-30; 11,53-54), sobre todo porque el pueblo sencillo lo reconocía como enviado de Dios (Jn. 7,48-49; 11,48; 11,25-26).
Por eso buscaron el modo de eliminarlo (Jn. 7,1.19.25.30.32.43-44; 10,39-40), hasta que las autoridades judías tomaron la decisión de acabar con él (Jn. 11,47-54.57). Terminaron por ponerlo preso (Mc. 14,46), lo acusaron con testigos falsos (Mc. 14,55-56). Se escandalizaron de su pretensión de ser "el Mesías, el Hijo de Dios bendito" y, con el sumo sacerdote al frente, lo condenaron a muerte (Mc. 14,61-64), sobre todo como blasfemo. Pero ante el poder civil del gobernador romano, Pilato, lo acusaron "de muchas cosas" (Mc. 15,3), según el plan que habían preparado (Mc. 15,1). Entre otras, lo acusaron de subversivo, agitador, amenaza para el poder político romano (Lc. 23,1-2).
Para mantener la unión y la paz entre las autoridades religiosas judías y la autoridad civil romana (Jn. 19,12.15), y los privilegios de unos y otros, el Sanedrín judío y el gobernador romano mataron a Jesús (Jn. 19,16).
Lo torturaron (Mc. 15,16-20), lo crucificaron entre dos bandidos (Mc. 15,27). Y murió sólo y abandonado. (Mc. 14,50; 15,33-34) ¡Entregó su vida! (Mc. 14,36; Lc. 23,46; Jn. 10,17-18).

El cual nos bendijo con toda bendición espiritual: La alternativa que propone Jesús

El cual nos bendijo con toda bendición espiritual: La alternativa que propone Jesús: "El mensaje de Jesús plantea una alternativa al poder que en este mundo ejerce la riqueza y el dinero. Allí donde éstos se erigen en valores ..."

La radicalidad de las exigencias de Jesús


 Como es sabido, las condiciones que Jesús pone para se­guirlo se formulan en los evangelios con una gran radicalidad y afectan de manera particular a la cuestión del dinero y la riqueza.
En el pasaje del llamamiento a los primeros discípulos, éstos, por seguir a Jesús, dejan sus medios de vida y abandonan, incluso, al propio padre (Mc 1,16-2 la pars.). Cuando, más tarde, Jesús lla­ma a Leví/Mateo, el recaudador de impuestos, ocurre otro tanto (Mc 2,14 pars.).
A los candidatos al seguimiento, Jesús les propone la renuncia a toda estabilidad y una total disponibilidad (Mt 8,19-20 pars.); así como, desentenderse del pasado (Mt 8,21-22 pars.) y romper con todo particularismo (Lc 9,6l-62). A sus propios discípulos los invita a que vendan sus bienes y lo den en limosna (Le 12,33a).
Entre las instrucciones que da Jesús al enviar a los Doce (Mc 6,7-13 pars.) y también, según Le, a los Setenta (Le 10,1-12), se encuentra la de que vayan desprovistos de dinero y de cualquier otro medio que pueda proporcionarles seguridad. Los deja, pues, a merced por completo de la generosidad de los demás, para que así aprendan a confiar en la gente. Mt añadirá a estas instrucciones la recomendación de Jesús de que por el camino ayuden a todos desinteresadamente (Mt 10, 8b).
Según Lc, a las multitudes que acompañan a Jesús camino de Jerusalén, éste les hace ver, sin ambages de ningún tipo, lo que implica ser discípulo suyo:
«Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mi, no puede ser discípulo mío» (Le 14,25-27).
A continuación, los invita a reflexionar seriamente antes de comprometerse al seguimiento (vv. 28-32); para concluir con unas palabras de una radicalidad extrema: Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncie a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío (v. 33).
Esta misma renuncia es la que propone Jesús al rico que se acerca a preguntarle qué tiene que hacer para heredar vida definitiva (Mc 10,17 pars.). Después de responderle y de comprobar su ho­nestidad, lo invita al seguimiento poniéndole como condición previa que venda todo lo que tiene y se lo dé a los pobres. para que así su única riqueza sea Dios. Ante semejante propuesta, el rico, por ap­go a sus posesiones, renuncia a seguirlo (Mc 10,17-22 pars.); puede más en él la seguridad del dinero que la de Dios. Jesús aprovechará la ocasión para hacer ver a sus discípulos que aquellos que confían en la riqueza no son aptos para la sociedad nueva o reino de Dios (Mc 10,23-27 pars.).
Tras el primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección, y la tentativa de Pedro, como representante de los demás discípulos, de desviar a Jesús de su camino (Mc 8,31-32 pars.), éste reitera una vez más a todos los suyos las condiciones para el seguimiento: Si uno quiere seguir detrás de mí, reniegue de sí mismo y cargue con su cruz; entonces, que me siga (Mc 8,34 pars.).
Cuando sus seguidores discuten sobre grandezas o primacías. van buscando la gloria humana, el poder o el dominio, y se dejan llevar de actitudes autoritarias o violentas, Jesús es tajante con ellos: les recuerda que el que quiera ser primero ha de ser último de todos y servidor de todos (Mc 9,33-37 pars.); que el seguidor ha de estar dispuesto a asumir, como él, el fracaso, el descrédito y hasta la muerte a manos de los hombres (Mc 10,35-41): que entre ellos, a semejanza suya, no ha de haber otra grandeza que la del servicio ni otra disposición que la de la entrega sin regateo a los demás (Mc 10,42-45 pars; cf. Jn 13,1-17); y que deben desechar toda actitud autoritaria (Mc 9,38-41 pars.) o violenta (Le 9,51-56).
Cuando públicamente denuncia el comportamiento de letrados y fariseos, acusándolos de buscar el reconocimiento social, de vestir con ostentación, de que les encantan los puestos de honor, que les hagan reverencias por la calle o que los llamen maestros (Mt 23.5-7 pars.), Jesús advertirá a los suyos que han de comportarse de un modo diametralmente opuesto:
«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Maestro” (lit. Rabbí), pues vuestro maestro es uno solo y todos vosotros sois hermanos; y no os llamaréis «padre” unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen «directores«, porque vuestro director es uno solo, el Mesías. El más grande de vosotros será servidor vuestro; pero al que se encumbre, lo abajarán, y al que se abaje, lo encumbrarán» (Mt 23,8-12).
Como puede apreciarse, las exigencias que Jesús plantea al que quiera seguirlo son de tal calibre que espantan. Sobre todo, las que atañen a la cuestión económica; y más, en un mundo como el nuestro en donde el dinero constituye el valor supremo, al que se subordina todo.
Cabría, hipotéticamente, pensar que en una sociedad predominantemente campesina, como la de Palestina en tiempos de Je­sús, donde la mayoría de la gente apenas si tenía nada, su propues­ta pudiera encontrar una acogida más o menos favorable. Pero en nuestro mundo occidental, tan complejo y tecnificado, en el que prevalece una cultura de tipo urbano y en donde la mayor parte de la gente tiene un nivel de vida más o menos aceptable, la propuesta de Jesús, tomada al pie de la letra, resulta prácticamente inviable. Con sinceridad no creo que haya muchos dispuestos a renunciar a todo y a quedarse sin nada. Ni siquiera estoy seguro de que una renuncia de ese tipo sirva para algo.
¿Estará, entonces, reservado el seguimiento de Jesús a una minoría de personas selectas, forjadas en un yunque especial y dispuestas a llevar una vida donde no se tiene ni se posee absolutamente nada? ¿Será verdad aquella interpretación eclesiástica que considera estos textos tan radicales como un consejo que da Jesús sólo a algunos de sus seguidores?
Nada en los evangelios sugiere que las condiciones que Jesús establece para el seguimiento estén dirigidas a una elite. Al contrario, si algo caracteriza al mensaje de Jesús es su universalidad. Su buena noticia va dirigida a la humanidad entera, sin exclusión de nadie; y lo mismo ocurre con su invitación al seguimiento. Otra cosa será la respuesta que esa buena noticia y esa invitación obtengan entre los hombres, que puede ser minoritaria.
Si el mensaje de Jesús y su invitación a seguirlo se dirigen potencialmente a todos, entonces las condiciones que él exige para el seguimiento no pueden ir destinadas a unos pocos. Por tanto, hay que descartar de sus palabras, por radicales que sean, toda interpretación elitista.
¿Qué hacemos, pues, con esos textos que, tomados literalmente, plantean unas condiciones que de suyo en nuestra sociedad resultan impracticables?, ¿guardarlos en el baúl de los recuerdos?, ¿rebajar la radicalidad de su contenido para hacerlo más asumible?, ¿o, simplemente, pasar de ellos y no hacerles caso? Sin embargo, esos textos son para los evangelistas tan importantes que olvidarlos, descafeinarlos o prescindir de ellos sería tanto como reconocer que la adhesión y el seguimiento de Jesús son inviables y que su propuesta de cambio radical es tan descabellada que ni siquiera merece que se la tenga en cuenta.
A mi modo de ver, los textos en cuestión contienen formulaciones extremas, muy frecuentes en la Biblia, que no podemos tomar al pie de la letra.
A nadie se le ocurre, por ejemplo, interpretar literalmente los textos sinópticos en los que Jesús manda a sus seguidores que se corten la mano o el pie, o que se saquen el ojo, cuando cualquiera de esos miembros u órganos ponga en peligro la fidelidad al mensaje (Mc 9,43-48 pars; cf. Mt 5.29-30). Tampoco toma nadie a la letra el texto antes citado de Le 14,26 que, traducido literalmente, dice así:
“Si uno quiere venirse conmigo y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y herma­nas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.
Y lo mismo podría decirse de otros muchos textos.
Pues bien, los textos evangélicos que establecen las condiciones del seguimiento de Jesús entran dentro de la categoría de formulaciones extremas y, como tal, no hay que interpretarlos literalmente.
Una formulación extrema es aquella que propone una opción radical mediante una situación límite. Esa situación es sólo el recurso literario para expresar la radicalidad de la opción, pero ni puede generalizarse ni se propone como meta a alcanzar. Constituye un recordatorio, a la hora de tomar la opción, de las condiciones de vida denigrante a que se ven forzados muchos seres humanos y sirve para impedir que nadie se eche atrás ante las exigencias de la realidad por duras que sean ni aduzca pretextos para no tomar la opción propuesta.
Aplicando estos principios a las durísimas condiciones que Jesús establece para el seguimiento, relacionadas siempre con el dinero, ten­dríamos que lo que se pretende con ellas es invitarnos a que optemos decididamente por una forma de vida que no esté movida ni regida por el dinero, sino que esté animada y orientada por Dios. Lo que se nos quiere proponer con esas condiciones es que nunca nos consideremos propietarios exclusivos de nada y que pongamos a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos, prioritariamente de los pobres, porque son ellos los más imperiosamente necesitados de la generosidad humana. Si somos capaces de compartir lo nuestro con los que nada tienen, sere­mos también capaces de compartirlo con cualquiera.
Dicho de otro modo, con estas formulaciones radicales se nos invita a que optemos por ser, no por tener; por la generosidad y el compartir, no por la ambición, la codicia o la tacañería; por el servi­cio y la solidaridad, no por el dominio de los otros, el egoísmo y la desigualdad; por situarnos al lado de lo pobres y ofrecerles lo que esté a nuestro alcance, no al lado de los poderosos; por la verdadera seguridad y riqueza, que se encuentra en Dios y no en el dinero.
En definitiva, como en otros pasajes evangélicos, se trata en estas formulaciones extremas de optar por todo aquello que contribuye al auténtico desarrollo de los seres humanos y hace posible una sociedad entrañable y justa.

lunes, 14 de febrero de 2011

LA AMAPOLA



¿ Has visto las flores del campo?
¿ Has visto la reina de los trigales ?
es la señora amapola
con su gran traje rojizo
coronada de grandeza
dueña de todas las flores
que pisan sus grandes campos
las campanillas la llaman
al despuntar la Mañana
es tan fina y delicada
la reina de los trigales
que cuando sopla el viento
llama a su regimiento
es el trigo quien la guarda
ya que es el gran señorío
y ella que siempre lo sabe
se guarda de su enemigo
cuidando de su vestido
que es rojo como la sangre
por lo que la han elegido.

viernes, 4 de febrero de 2011

Discípulos de Cristo: Profeta

Discípulos de Cristo: Profeta: "Jesús dijo: “Un profeta solo es despreciado en su pueblo y en su casa”. Biblia didáctica Mateo 13:57 Jesús dijo: “Al profeta nu..."

Deseo



Yo deseo que las promesas de Dios se cumplan en tu vida, familia y ministerio y que seas luz a las naciones.
La mano de Dios está sobre tu vida, protegiéndote, y la presencia del Santo Dios te guiara por donde vayas.
La voz de Dios te hablara, es decir cuando te apoyes en la Palabra de Dios, y te dará confianza en cualquier adversidad.
La fe es un camino a la libertad.
Adelante Cristo Viene Pronto

sábado, 29 de enero de 2011

Jesús antes del Cristianismo ¿Quién es este hombre? por Alberto Nolan



Una nueva perspectiva: 

A lo largo de los siglos, muchos millones de personas han venerado el nombre de Jesús; pero muy pocas le han comprendido, y menor aún ha sido el número de las que han intentado poner en práctica lo que él quiso que se hiciera. Sus palabras han sido tergiversadas hasta el punto de significar todo, algo o nada. Se ha hecho uso y abuso de su nombre para justificar crímenes, para asustar a los niños y para inspirar heroicas locuras a hombres y mujeres. A Jesús se le ha honrado y se le ha dado culto más frecuentemente por lo que no significaba que por lo que realmente significaba. La suprema ironía consiste en que algunas de las cosas a las que más enérgicamente se opuso en su tiempo han sido las más predicadas y difundidas a lo largo y ancho del mundo... ¡en su nombre!

A Jesús no se le puede identificar plenamente con ese gran fenómeno religioso del mundo occidental que llamamos cristianismo. Jesús fue mucho más que el fundador de una de las mayores religiones del mundo. Está por encima del cristianismo, en su condición de juez de todo lo que el cristianismo ha hecho en su nombre. Y no puede el cristianismo arrogarse su posesión exclusiva. Porque Jesús pertenece a toda la humanidad .

¿Significa esto que todo hombre (cristiano o no cristiano) es libre para interpretar a su modo a Jesús, para concebir a Jesús de acuerdo con sus propias ideas y preferencias? Es muy fácil usar a Jesús para los propios propósitos (buenos o malos). Pero Jesús fue una persona histórica que tuvo sus propias y profundísimas convicciones, por las que fue incluso capaz de morir. ¿No hay alguna forma de que todos nosotros (con fe o sin ella) podamos dar a Jesús nuevamente hoy la posibilidad de hablar por sí mismo?

Es evidente que deberíamos comenzar por dejar de lado todas nuestras ideas preconcebidas acerca de él. No podemos partir del supuesto de que es divino, o de que es el Mesías o Salvador del mundo. Ni siquiera podemos presuponer que fuera un hombre bueno y honrado. Tampoco podemos partir del supuesto de que, decididamente, no fuera ninguna de estas cosas. Hemos de dejar de lado todas nuestras imágenes de Jesús, conservadoras y progresistas, piadosas y académicas, para que podamos escucharle con una mente abierta.

Es posible acercarse a Jesús sin ningún tipo de presupuestos acerca de él, pero no es posible hacerlo sin ningún tipo de presupuestos en absoluto. Una mente totalmente abierta es una mente en blanco que no puede entender absolutamente nada. Necesitamos tener algún tipo de postura, algún tipo de punto de vista o perspectiva, si hemos de ver y entender una determinada cosa. Una obra de arte, por ejemplo, puede ser vista y apreciada sin ningún tipo de presupuestos acerca de lo que se supone que debería ser; pero no puede ser en absoluto contemplada si no es desde un punto de vista. Se la podrá ver desde tal o cual ángulo, pero no desde ningún ángulo. Lo mismo podemos decir de la historia. No podemos obtener una visión del pasado si no es desde el lugar concreto en el que nos encontramos. «La objetividad histórica no es una reconstrucción del pasado en su facticidad irrepetible, sino que es la verdad del pasado a la luz del presente» (1). El pensar que se puede tener objetividad histórica sin perspectiva, es una ilusión.

Sin embargo, una perspectiva puede ser mejor que otra. Las perspectivas de cada una de las sucesivas épocas no son igualmente válidas y verdaderas. Del mismo modo que la belleza de una obra de arte puede ser apreciada más clara y evidentemente desde un ángulo que desde otro, así también un acontecimiento del pasado puede ser visto con más claridad y evidencia desde la perspectiva de una época que desde la de otra. No es que podamos elegir en este terreno. La única perspectiva a nuestro alcance es la perspectiva que nos da la situación histórica concreta en que nos encontramos. Si no podemos obtener una visión de Jesús libre de obstáculos desde el punto de vista concreto de nuestras circunstancias reales, entonces no podremos obtener dicha visión en absoluto.

Una perspectiva moderna no es necesariamente mejor que una perspectiva más antigua. Sin embargo, sucede a veces que una determinada situación histórica posee obvias semejanzas con una situación del pasado. Entonces, a pesar del largo intervalo de tiempo, se siente uno de pronto capaz de ver esa situación pasada con mucha mayor claridad que cualquier generación anterior. Y precisamente esto es lo que yo creo que nos ha sucedido hoy con respecto a Jesús de Nazaret.

Naturalmente, esto no lo podemos dar por supuesto; tendremos que descubrirlo. Aún menos podemos suponer que Jesús tenga todas las respuestas a nuestros problemas. No tiene objeto tratar de hacer relevante a Jesús. Todo lo que podemos hacer es mirarle desde la perspectiva de nuestro tiempo con una mente abierta.

Nuestro punto de partida, por consiguiente, lo constituye la apremiante realidad de nuestra actual situación histórica.

Nuestra época se caracteriza por unos problemas que son cuestión de vida o muerte, no sólo para los individuos, ni sólo para naciones, razas y civilizaciones enteras, sino cuestión de vida o muerte para toda la raza humana. Somos conscientes de una serie de problemas que ponen en peligro la supervivencia de la humanidad sobre este planeta. Por otra parte, nuestra época se caracteriza por el temor a que estos problemas puedan ser actualmente insolubles y a que nadie sea capaz de detener nuestra temeraria carrera hacia la destrucción total de la especie humana.

La primera y auténtica conciencia de este hecho vino con la bomba atómica. De pronto descubrimos que nos hallábamos en un mundo capaz de destruirse a sí mismo con sólo apretar un botón. Y estábamos todos a merced de los hombres que se encuentran al otro lado de ese botón. ¿Podíamos confiar en ellos? La progresiva conciencia de lo que estaba en juego nos hacía sentirnos cada vez más incómodos e inseguros. La generación de los jóvenes de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, que no habían conocido más que este mundo, se sentía profundamente desorientada. La contestación, las explosiones, las drogas, las melenas y los hippies no eran otra cosa sino síntomas del malestar engendrado por la bomba (2).

Actualmente, el temor a una guerra nuclear parece haberse disipado. En parte, debido a la tan cacareada detente entre las superpotencias; pero también es cierto que la gente, poco a poco, va adquiriendo una especie de inmunidad frente a tan aterradoras realidades. Sin embargo, no estábamos destinados a vivir en paz durante mucho tiempo. Hoy día nos hallamos enfrentados a unas nuevas amenazas que, según dicen, nos destruirán más cierta e inevitablemente que una guerra nuclear: la explosión demográfica, la disminución de los recursos naturales y las provisiones alimenticias, la polución del medio ambiente y la escalada de la violencia. Cualquiera de estos problemas, por sí solo, podía amenazar profundamente nuestro futuro; todos juntos, significan el desastre.

Hay diversas formas de tratar de ayudar a la gente a entender lo que realmente significa el crecimiento relativo de la población de la tierra. Mi escasa imaginación no me permite meterme en tan desmesuradas cifras, pero cuando oigo que actualmente la población mundial está creciendo a razón de 50 millones de personas por año, y recuerdo que, la última vez que consulté el dato, la población de Inglaterra era de unos 50 millones, empiezo a hacerme unas ideas de lo que está ocurriendo. Al mismo tiempo se oyen diversos cálculos acerca de lo que pueden durar los yacimientos de carbón, de petróleo, de gas natural y hasta de agua potable (3). Parece ser que muchos de nosotros asistiremos a la desaparición de algunos de esos recursos naturales. Mientras tanto, el desierto avanza inexorablemente hacia nosotros, a medida que aumenta la erosión del suelo y se destruye cada vez mayor número de bosques. Una sola edición dominical del New York Times consume literalmente 150 acres (unos 6.000 metros cuadrados) de bosque (4). Y no olvidemos que se emplea mucho más papel en usos higiénicos del que se emplea para escribir o imprimir.

Además, en los últimos años hemos tomado conciencia de los efectos acumulativos y de largo alcance de la contaminación de los ríos, de los mares y hasta del aire que respiramos. Yo he vivido en ciudades donde moría la gente por causa de la contaminación atmosférica. Los expertos en medio ambiente afirman que, si no se introducen pronto determinados cambios drásticos, seremos muertos. por los productos de desecho de nuestro propio progreso.

No es necesario exagerar estos problemas. Pueden hallarse soluciones. Pero toda solución habrá de pasar por unos cambios tan radicales y espectaculares en el terreno de los valores, los intereses, el modo de pensar y el nivel de vida de tanta gente, especialmente en los países más prósperos de los observadores los consideran virtualmente imposibles (5)  Podría hacerse algo realmente drástico con respecto a la conservación de los recursos de la tierra y a la búsqueda de fuentes alternativas de energía.  Pero ¿quién iba a estar dispuesto  a tolerar la consiguiente pérdida de beneficios y toda la serie de gastos extra que habría que sufragar?.  Podríamos ignorar el costo adicional que supondría la adopción de medios de transporte y de producción no contaminantes

Aquellos de nosotros que tuvieran un elevado nivel de vida podrían reducir voluntariamente dicho nivel renunciando a todo lo que no fuera absolutamente esencial, incluido nuestro uso excesivo de papel. Un nivel de vida mucho más bajo no significa necesariamente una menor calidad de vida; de hecho, podría incluso mejorar nuestra calidad de vida.  Pero ¿dónde íbamos a encontrar los recursos humanos o morales capaces de motivar a tantos de nosotros para efectuar esos cambios tan fundamentales?

Parece bastante difícil persuadir a un hombre para que restrinja sus excesos con el objeto de asegurar su propio futuro; sería mucho más difícil pedirle que lo hiciera por el bien de sus semejantes; y sería poco menos que imposible convencerle de que hiciera todos los sacrificios necesarios por el bien de los miles de millones de seres que aún no han nacido.

Por otra parte es igualmente cierto que en el mundo abundan los hombres y mujeres de buena voluntad que se interesan profundamente, que querrían hacer algo por ayudar. Pero ¿que es lo que deben hacer? ¿Qué puede hacer en realidad un individuo, o una serie de individuos, al respecto? A lo que nos enfrentamos no es a personas sino a las fuerzas impersonales de un sistema que tiene su propio ímpetu y su propia dinámica (6). ¡Cuántas veces hemos oído el grito de desesperada resignación: «No se puede luchar contra el sistema». . . !

En realidad, éste es el núcleo del problema. Hemos construido un sistema político y económico que lo abarca todo, que se basa en unos determinados supuestos y valores, y ahora estamos comenzando a constatar que ese sistema no sólo es contra-productivo (puesto que nos ha llevado al borde del desastre), sino que además se ha adueñado de nosotros. Nadie parece ser capaz de cambiarlo o de controlarlo. Y el descubrimiento más aterrador de todos es que no hay nadie al timón, y que esa máquina impersonal que con tanto cuidado hemos ideado nos va a arrastrar inexorablemente hacia nuestra propia destrucción (7).

El sistema no había sido ideado para afrontar una explosión demográfica. No hay, por ejemplo, ningún mecanismo político que permita el que la gente de una nación desmesuradamente superpoblada como Bangladesh se establezca en las inmensas áreas despobladas de otra nación como Australia. El sistema de política «nacionalizada» hace impensable cualquier solución de este tipo.

Desde un punto de vista económico, el sistema produce a un mismo tiempo riqueza y pobreza. Los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Cuanto más intentan las naciones pobres ajustarse a los niveles de desarrollo y crecimiento económico exigidos por el sistema, más pobres y más subdesarrolladas se hacen. El sistema es competitivo, pero en realidad no todo el mundo tiene las mismas posibilidades. Cuanto más tengas, más puedes hacer; y cuanto más puedas hacer, menos podrán hacer aquellos que no tienen lo suficiente como para competir contigo. Se trata de un círculo vicioso en el que los pobres resultan ser siempre los perdedores. Actualmente, unos 2.000 millones de personas (casi dos tercios de la raza humana) viven en condiciones infrahumanas, con insuficiencia de alimentación, de vestido y de vivienda (8). Centenares de millones de personas vienen a este mundo a experimentar poco más que el tormento del hambre y de los sufrimientos que resultan de la desnutrición y la pobreza. Sólo Dios sabe cuántos millones de seres humanos mueren de hambre. Si el contemplar nuestra situación actual resulta tan horrible, ¿qué decir del futuro que nos aguarda?

El sistema no había sido ideado para resolver estos problemas. Es un sistema capaz de producir cada vez mayor riqueza, pero incapaz de garantizar siquiera el que las necesidades vitales mínimas se vean igualitariamente atendidas. Y ello se debe a que su engranaje se fundamenta en el beneficio, más que en las personas. Las personas sólo pueden ser tomadas en cuenta en la medida en que su bienestar produzca mayores beneficios. El sistema es un monstruo que devora a las personas en favor del lucro.

Peor aún, parece que el sistema está arreciando actualmente en sus exigencias y se defiende cada vez con mayor violencia. Prescindiendo de la violencia institucional, de la injusticia, la opresión y la explotación, estamos asistiendo a la multiplicación de los gobiernos militares a lo largo y ancho del mundo. No hay que viajar mucho por el Tercer Mundo para entender por qué el sistema sólo puede ser mantenido mediante una dictadura militar. Muchos de los que intentan combatir al sistema han recurrido a la violencia o amenazan con hacerlo, la violencia institucional lleva a la violencia revolucionaria, la cual, a su vez, engendra una mayor violencia institucional en forma de policías antidisturbios, detenciones sin juicio, torturas, gobiernos militares y asesinatos políticos... Lo cual origina inmediatamente una mayor violencia revolucionaria... Si no es posible hacer algo realmente drástico con respecto a todos los demás problemas (población, pobreza, polución, consumo, inflación y disminución de los recursos), el sistema nos conducirá a una «espiral de violencia», como lo denomina Helder Cámara (9), que no tardará en sumirnos a todos en un acto de destrucción mutua.

No tiene objeto exagerar estos problemas por motivos ideológicos y, sin embargo, no podemos permitirnos, por otra parte, ignorarlos o tratar de quitarles hierro. Día a día se nos está suministrando una ración cotidiana de nuevas visiones acerca de la magnitud, la complejidad y la insolubilidad de nuestros problemas. Todo ello crea una imagen del futuro mucho más aterradora que todas las tradicionales imágenes del infierno. La realidad fundamental de la vida de hoy, indudablemente, es la perspectiva de un auténtico infierno en la tierra.

La religión organizada ha sido de muy poca utilidad en esta crisis. En realidad, a veces ha tendido a empeorar las cosas. El tipo de religión que insiste en un mundo sobrenatural, de tal forma que afirma la no necesidad de interesarse por el futuro de este mundo y de sus gentes, proporciona una forma de huida que hace sumamente difícil resolver nuestros problemas.

El único efecto saludable de este momento concreto de nuestra historia, su único rasgo redentor, es que puede obligarnos a ser sinceros. ¿Qué objeto tiene revocar la fachada o tratar de guardar las apariencias cuando, a nuestro alrededor, todo amenaza con hundirse? En este momento de la verdad ¿quién tiene interés en entregarse a las argucias eclesiásticas y académicas del pasado? El hombre que ha afrontado la actual crisis mundial se impacienta con quienes siguen empeñados en problemas triviales e irrelevantes, con quienes dan la impresión de estar tocando la lira mientras arde Roma. La perspectiva de una catástrofe sin precedentes puede producir en nosotros un efecto sumamente saludable y tranquilizador.

Ahora bien, resulta—según espero demostrar—que Jesús de Nazaret tuvo que afrontar fundamentalmente el mismo problema, si bien a una escala mucho menor. Jesús vivió en una época en la que parecía que el mundo estaba a punto de llegar a su fin. A pesar de las diferencias de opinión acerca del cómo, el porqué y el cuándo, eran muchísimos los judíos de aquella época que estaban convencidos de que el mundo estaba al borde de una catástrofe apocalíptica. Y, como veremos, fue en vistas a esta catástrofe y en función de la forma que él tenía de entenderla, como Jesús se manifestó en su misión. Este hombre, con lo que yo llamaría un salto sin igual de imaginación creadora, vio una salida, o mejor aún, vio la salida hacia la liberación y la realización total de la humanidad.

Nosotros nos hallamos ante la misma y terrorífica perspectiva. Lo cual no sólo nos permite valorar la preocupación de Jesús por el inminente desastre, sino que además hace excepcionalmente relevantes para nosotros las intuiciones que Jesús pudo tener acerca de lo que se podía hacer al respecto. Con todo, no nos atrevemos a presuponer que él tuviera todas las respuestas y que nosotros sepamos cuáles son. Ni podemos tampoco suponer que sus intuiciones vayan a ser irrelevantes para nosotros y que podamos ignorarlas tranquilamente. Nuestra situación es tan crítica que no nos atrevemos a dejar sin mover piedra alguna en nuestra búsqueda de una salida.

No deja de ser una ironía el que la preocupación de Jesús por «el fin del mundo», que, evidentemente, constituyó una piedra de escándalo para los expertos en Nuevo Testamento de anteriores generaciones, sea hoy precisamente lo que hace que Jesús tenga un especial interés para nosotros. Nuestras actuales circunstancias históricas nos han proporcionado, de un modo absolutamente inesperado, una nueva perspectiva sobre Jesús de Nazaret.


miércoles, 26 de enero de 2011

Jesús antes del Cristianismo ¿Quién es este hombre? Alberto Nolan



Introducción

El principal objetivo de este libro no es la fe, ni tampoco la historia. Puede leerse (y con esta intención se ha escrito) sin fe. Acerca de Jesús no se puede presuponer nada. Se invita al lector a que adopte una perspectiva seria y honrada sobre un hombre que vivió en la Palestina del siglo I, y a que trate de verle con los ojos con que le vieron sus contemporáneos. Mi principal interés se concreta en aquel hombre, tal como fue antes de convertirse en objeto de la fe cristiana.

La fe en Jesús, por consiguiente, no constituye nuestro punto de partida; pero sí espero que sea la conclusión a la que lleguemos. Lo cual no significa, sin embargo, que el libro haya sido escrito con la finalidad apologética de defender la fe cristiana. En ningún momento se intenta salvar a Jesús o la fe cristiana. Jesús no tiene necesidad de mí, ni de nadie, para salvarle. El puede cuidar de sí mismo, porque la verdad puede cuidar de sí misma. Si nuestra búsqueda de la verdad nos lleva a la fe en Jesús, no será porque hayamos intentado salvar esta fe a toda costa, sino porque la hayamos redescubierto como la única forma en que nosotros podemos ser «salvados» o liberados. Sólo la verdad puede hacernos libres (Jn 8, 32).

Vamos, pues, a buscar la verdad histórica acerca de Jesús; pero ni siquiera es éste nuestro principal objetivo. El método es histórico, pero no así la finalidad. A pesar del oportuno uso de la estricta crítica histórica y de los rigurosos métodos de investigación, no nos mueve la obsesión académica de la historia por la historia.

Este libro tiene un objetivo urgente y práctico. Me preocupa extraordinariamente la gente, el sufrimiento diario de tantos millones de personas, y la perspectiva de un sufrimiento mucho mayor en un futuro próximo. Lo que pretendo es descubrir qué es lo que puede hacerse al respecto.